UNIVERSIDAD REY JUAN CARLOS

POTENCIAS REVISIONistas

El segundo mandato de Donald Trump al frente del gobierno de los Estados Unidos de América Haz click para ver más

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RUSIA

Desde el inicio de su segundo mandato, la política de Trump hacia Rusia ha oscilado entre el acercamiento personal con Vladimir Putin y episodios de presión económica y ultimátums, con el objetivo declarado de “poner fin” a la guerra de Ucrania mediante acuerdos rápidos y transaccionales. Este personalismo, ajeno a los cauces diplomáticos tradicionales y a menudo sin Kiev ni la UE en la mesa, ha generado una secuencia de cumbres, altos el fuego fallidos y cambios retóricos que han tensionado las alianzas europeas de Washington. En paralelo, el acercamiento a Moscú se integra en una encrucijada mayor: por un lado una batalla por el control del territorio ártico; y por otro lado reconfigurar un “concierto” de grandes potencias, debilitar el eje ruso-chino y ganar ventaja en la competición con Pekín. 

COREA DEL NORTE

La relación entre Estados Unidos y Corea del Norte durante el segundo mandato de Donald Trump (2025-presente) constituye uno de los retos de política exterior más complejos, marcada por la persistencia de una diplomacia personalista heredada de su primer periodo y un escenario geopolítico radicalmente transformado (Manyin et al., 2019). Este informe analiza los elementos principales del vínculo bilateral en 2025, sus antecedentes cimeros y el contexto regional que condiciona las perspectivas de diálogo.

RUSIA

Trump y Putin han impuesto un estilo personalista que ha llevado la relación EE. UU.–Rusia a una ambigüedad estratégica y a negociaciones directas centradas en Ucrania y un posible alto el fuego. Trump, que prometió terminar “rápido” las guerras de Ucrania y Gaza, aborda los conflictos de forma transaccional y bajo su idea de un Concierto de Grandes Potencias, incluso por encima de aliados.

En ese marco, impulsó un acercamiento directo a Putin y abrió conversaciones sin Ucrania ni la UE, como en la cumbre de Arabia Saudí (15–18 febrero de 2025) con Marco Rubio y Serguéi Lavrov. El plan inicial incluía concesiones territoriales a Rusia y acceso estadounidense a recursos e infraestructuras ucranianas, lo que aumentó las fricciones con Kiev, señalado como corresponsable del conflicto.

Moscú explotó el acercamiento para subir la presión: condicionó cualquier cesión territorial a un alto el fuego y exigió contrapartidas comerciales (alivio de sanciones). Putin rechazó los altos el fuego de marzo y agosto y pidió frenar por completo el envío de armas a Ucrania. EE. UU. reaccionó con presión económica (sanciones secundarias en julio y un ultimátum antes del 8 de agosto), pero mantuvo el canal directo con el Kremlin. La cumbre de Alaska (agosto) no dejó medidas: Putin volvió a rechazar el alto el fuego y Trump retiró su propuesta, cerrando con un “entendimiento” impreciso.

Tras la cumbre de Alaska, la relación se enfrió y Trump reactivó el acercamiento a Zelenski (tras el funeral del papa Francisco), asegurando que Ucrania “recuperará todo su dinero” y que Rusia “no ganará nada”. En Moscú se interpretó el giro como respuesta al fracaso en Alaska y a la necesidad de Trump de reafirmar liderazgo en la OTAN. Pese a ello, en octubre hubo contactos: llamada “franca y productiva” el día 15 y anuncio de una segunda cumbre en Budapest al día siguiente, antes de ver a Zelenski en Washington. La cumbre quedó pospuesta, reforzando un patrón de avances y congelamientos con pocos compromisos verificables y tolerancia estadounidense a incumplimientos rusos.

Trump prioriza acercarse a Putin como parte de una estrategia mayor: integrar a Rusia en un “Concierto de Grandes Potencias”, debilitar el eje Moscú–Pekín y ganar ventaja frente a China. Asume el coste de perder credibilidad en Europa porque considera ese reequilibrio el núcleo de su política exterior 2.0.

PUGNA POR EL ÁRTICO

El segundo mandato de Trump trasladó la lógica de competencia estratégica con Rusia al Ártico, considerando la región como un escenario clave para la rivalidad entre grandes potencias. Washington interpretó la expansión militar rusa y el control de rutas marítimas como una amenaza directa a la proyección estadounidense sobre el Atlántico Norte. El gobierno estadounidense abandonó el enfoque multilateral y medioambiental para apostar por una política unilateral y competitiva que incluyó la militarización de Alaska, la adquisición de nuevos rompehielos y una mayor coordinación con socios árticos, con el objetivo de disuadir y contener la influencia rusa en foros regionales y en la libertad de navegación.

Rusia, por su parte, reforzó su liderazgo ártico intensificando el desarrollo de capacidades militares y la explotación de recursos, especialmente a través de la Ruta Marítima del Norte, esencial para su estrategia energética y de seguridad. Frente al avance ruso y chino, Trump adoptó una retórica expansionista y favoreció la explotación de recursos en detrimento de la cooperación climática, empleando instrumentos coercitivos contra países aliados por sus vínculos energéticos con Moscú. La desconfianza mutua y la asimetría de intereses consolidaron el Ártico como uno de los principales frentes de la competencia estructural entre Estados Unidos y Rusia en esta nueva etapa.

COREA DEL NORTE

Entre 2018 y 2019 se celebraron tres cumbres —Singapur, Hanói y Panmunjom— que abrieron canales directos entre Washington y Pyongyang, pero no lograron avances verificables en desnuclearización: Singapur proclamó la “desnuclearización completa” sin mecanismos de verificación, Hanói fracasó por el desacuerdo sobre sanciones y Panmunjom quedó como gesto simbólico. Para 2025, el panorama se ha endurecido: Corea del Norte ha ampliado su arsenal nuclear —entre 50 y 90 armas, con capacidad de producir hasta 20 cabezas anuales— y ha mejorado sus vectores balísticos.

Este refuerzo coincide con un acercamiento estratégico a Rusia —materializado en cooperación militar y acuerdos de defensa— y con contactos diplomáticos con China, lo que fortalece la posición negociadora de Kim Jong-un, reduce la eficacia de las sanciones y abre alternativas políticas y económicas. A la vez, la cooperación norcoreano-rusa, incluida la transferencia de tecnología militar y el apoyo político, limita aún más la presión internacional, mientras Pekín mantiene una postura ambivalente: busca estabilidad en la península sin apuntalar la influencia estadounidense.

Washington mantiene como meta la “desnuclearización completa”, pero arrastra una brecha interna: Trump se inclina de facto por asumir el estatus nuclear de Pyongyang y negociar directamente, mientras los sectores duros rechazan “small deals” y exigen sostener la presión sancionadora. En paralelo, Kim cerró la puerta en septiembre de 2025, declarando irreversible su arsenal y apuntalándose en sus vínculos con Rusia y China.

De cara a APEC en Gyeongju (octubre–noviembre de 2025) se baraja un cuarto encuentro, pero las posiciones siguen endurecidas y el núcleo del desacuerdo no se mueve. Varios analistas solo ven margen para un acuerdo limitado de reducción y verificación con alivio gradual de sanciones, opción que genera recelos en Washington y entre aliados; el caso norcoreano, así, amenaza con erosionar el régimen global de no proliferación al incentivar imitaciones.

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